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viernes, 17 de mayo de 2013

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Cambio

                                                            Ramón Anselmo Rengifo Avendaño


Observo con detenimiento el comportamiento patán del engreído Rubén. Primero grita a su mujer, la ofende, le manotea la cara cacheteándola, hiriendo su frágil dignidad y finalmente la empuja. La chica ante la agresión física le mira inerme, sus hermosos ojos asustados, aterrados, muestran desesperación, su corazón grita de impotencia, su alma desea responder con furia a la ofensa de aquel cobarde, pero en el fondo su pensamiento se debate entre la realidad de ser golpeada y el deseo de no aceptar aquel maltrato; su respuesta es verbal, con gritos. Trata de devolver al empujón con otro empujón, pero es manifiesta su inferioridad física.  
El buen Rubén, el excelente prototipo del machismo, le propina un golpe de derecha en la cara, lo suficientemente fuerte para que Andreína tambalee en un primer momento, y luego, caiga al piso de rodillas.
El golpe fue tan fuerte que lo sentí en mi cara, y no me lo habían propinado a mí. Además, sentí en mí el crujir de sus huesos y dientes.
Noté en los ojos de Andreína, mujer y esposa de Rubén hasta ese momento, rabia, dolor y fundamentalmente terror, quizás algo de impotencia.
De la otrora hermosa boca de Andreína, sale a borbotones un líquido rojo mezclado con dientes; al principio abundante, y luego, más lento el fluir, ya que el líquido se va poniendo espeso.
Andreína, de rodillas, lleva las manos a su cara para tocar la parte afectada por el golpe, y consigue, sangre y más sangre, acompañada de trozos de dientes.
Un grito lastímero e indescriptible, surge de lo mas profundo, de su ser. Un grito que toca la fibra sentimental de cualquier ser humano.
Me solidarizo con Andreína, le grito que se levante y lo golpee, que no permita esa agresión. Mi grito no es escuchado, de eso estoy seguro, pero mi parte humana, estalla del más puro sentimiento rechazando la agresión.
La incito a que no se deje, a que siga combatiendo, que siga luchando. Pero, Rubén continua gritándole insultos acompañados de puntapiés, y Andreína, lo que hace es rodar por el piso.
Andreína difícilmente podrá levantarse sin ayuda; ahora, de su menuda boca salen gritos y quejidos de dolor acompañados de sangre.
Golpes, patadas, risas de un energúmeno, llanto, dolor, terror son las palabras descriptivas de este ambiente decorado con buena cantidad de sangre, lágrimas, escupitajos y dientes rotos.
La puerta cerrada evita que llegue cualquier tipo de ayuda para nuestra Andreína. Se oyen golpes y patadas en la puerta, gritos de los vecinos exigiendo que deje tranquila a nuestra chica. Rubén observa con desdén y con una sonrisa maliciosa hacia la puerta, les dice en un tono de voz alto que se retiren, no es su problema.
La lluvia de improperios y puntapiés continúa. Andreína logra dar la vuelta a su cuerpo, hace un gran esfuerzo apoyándose en los brazos. Medio se levanta y en ese momento, el galán de Rubén le propina una patada en la región abdominal. Emite un grito que más bien es un aullido, y vemos gestos lastímeros de dolor en medio de convulsiones. Pierde el conocimiento, y nuevas convulsiones la sacuden fuertemente.
Patadas, gritos, terror, dolor, un grito de victoria, y las manos de Rubén en alto.
Quién detendrá este bochornoso espectáculo que tiene dos personas, una, destrozada, humillada, y la otra, no sé dónde ubicarla en el género humano.
Los ojos medio abiertos de Andreína reflejan pánico, su rostro es ahora un guiñapo de moretones. Su graciosa movilidad se ha transformado en un cuerpo paralizado. Sus dedos se deforman. Las convulsiones son más seguidas y me hacen pensar que puede ocurrir lo peor. La sangre está por todos lados. Sus manos tiemblan. Me parece que es de terror.
El verbo del ambiente es gemidos y lamentos bañados de sangre acompañados de la prepotencia del increíble y hermoso Rubén.
La puerta principal resiste el acoso de los vecinos que la golpean con todo tipo de objetos para tumbarla, pero la puerta aguanta la embestida.
Andreína no tiene conocimiento de lo que pasa a su alrededor.
Veo con estupor la risa que recorre la cara de ese animal; ya lo ubiqué, es un animal y de la peor estirpe, y es llamado Rubén, el buen Rubén, como lo llama su madre. Aunque, no lo crea, lo parió una mujer por lo tanto tiene madre. Una mujer igual y con los mismos derechos que la maltratada Andreína.
Rubén voltea hacia los lados buscando a los invisibles testigos. Solicita de ellos un abrazo para celebrar el triunfo sobre la generosa y hermosa Andreína. Sus gritos de victoria, aunados a sus improperios, se hacen inaguantables. Mi ser siente latir su sangre, ante semejante atropello, al estar presenciando una injusticia, sin igual. Una canallada.
No tengo más alternativa,
Me cansé del canal 32, sintonizaré el 38.

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